“Hay Isabella no importa q no te vengas a ver cmo te va cn tu abuela hay te veo otro día” escueto, cortante, frio, un mensaje envenenado con la toxina del despreció. ¿Qué no importa? Así sencillo dos palabras era suficientes para tirar abajo lo que tanto habían planeado y sobretodo aguardado. ¿Dónde estaba su amiga que hacía hasta lo imposible porque fueran juntas a todo? ¿Aquella amiga que se preocupaba por ella? ¿Dónde quedo nuestra amistad? Se preguntaba Isabella, con la congoja indescriptible que causan las dudas del amor o la amistad. Un relámpago ilumino el tormentoso cielo, que parecía con la lluvia acompañar la tristeza de Isabella. Él estruendo la asustó y sintió como un escalofrío le recorría la espalda. Fue entonces en ese preciso instante que se percató de que su inseparable amiga, compañera de mil y una aventuras, confidente de íntimos secretos, su “Hermana del Alma “ no había mencionado nada acerca de la ruptura, como tanto había temido. La duda que cual hiedra se enraizó en su interior florecía ahora en toda su plenitud, la flor, hermosa de pétalos negros como la tristeza y su aroma tan fragante como punzante, era la esencia de los sueños e ilusiones rotos, era el perfume de la desolación. Isabella no sabía que hacer o que pensar, y decidió que el tema no debía de perturbarla más, aunque esta fuera la respuesta a muchas de las interrogantes que como espíritus rondaban su alcoba. Por primera vez sintió un vació en el pecho, como un agujero donde los remolinos de recuerdos, tristeza y nostalgia succionaban sus ser. Muestra inequívoca de que se encontraba completa y absolutamente sola, él la había dejado, sus padres de viaje, su mejor amiga perdida como su amistad. Simplemente parecía ser que su vida se escurría como la arena del mar en sus manos. Dejo el celular sobre la cama, debía calmarse se repetía para sí Isabella. Con la lentitud de quien se encuentra sin rumbo, dirigió sus pasos al estudio de su padre para encontrar a quien fue su amigo de la infancia, el único que cuando era pequeña era capaz de calmarla. El estudio era una sala amplía que al igual que la habitación de Isabella tienen el privilegio de tener un vista hacia la ciudad, en medio de la misma se hallaba un mesa de vidrio coronada por un escultura en bronce de un balletista ejecutando un pirueta. Una de las paredes estaba cubiertas de los más diverso cuadros que sus padres había comprado en diferentes subastas o bazares de beneficencia y en la otra, grandes libreras que guardaban entre sus hojas un bien que el hombre ha buscado durante casi toda su existencia: La sabiduría. Al final de la sala se encontraba el escritorio de su padre que se mantenía tan limpio y ordenado que parecía que nadie trabajara en él. Al fondo de la habitación cubierto por el polvo de la suciedad y del olvido se hallaba su piano de cola. Compañero de clases y recitales, orgullo de sus padres, y antigua afición de Isabella. Levantó el bastidor, quito el polvo que cubría al taburete y se sentó. Las antes hermosas teclas de marfil hoy amarillas por el paso del tiempo y el abandono le dieron la bienvenida. Coloco sus pies sobre los pedales. Cerró los ojos, dio un suspiro y dejo que todas sus emociones la embriagase. Al roce de sus dedos con el teclado la inspiración le sobrevino, una tecla siguió a la otra, creando tras de sí una sinfonía melancólica, triste, sublime. A cada tecla se liberaba del dolor, toco con furia con el sufrimiento en el corazón, con la mente en él y en su soledad. Toco y toco las manos empezaban a dolerle, pero en un acto masoquista continuo tocando, como si hubiera encontrado el remedio paras sus aflicciones por medio del dolor y de la música. A medida que tocaba la composición era más bella y triste a la vez y parecía envolverla en un sopor de recuerdos y memorias que desfilaban por su mente, inspirándola, concibiendo que sus manos se movieran en sincronía con sus dedos a una velocidad inusitada. Las manos le ardían, los dedos le pesaban y su mente sanaba, al compás de la música. Cuando el ardor llego a ser insoportable, Isabella sosteniendo en la última tecla termino su triste y reflexiva pieza. Se reconcilio por un momento consigo misma, el procesado de cicatrizar la herida que laceraba su compungido corazón empezaba a sanar a un paso lento pero necesario, la depresión continuaría siempre como un fantasma atormentándola pero al fin se vislumbraba una luz al final del camino. Decidió prepararse algo de comer el apetito le había vuelto y su estómago le dolía. Dejo el piano, can la idea de regresar más tarde y tocar, en parte porque las añoranzas del pasado siempre son las alegrías de presente, de aquellos años en donde los problemas y preocupaciones eran palabras de adultos además de sentirse un poco mejor después de tocar. Estando en la cocina calentó en el horno uno de los platos que la mucama había dejado preparado antes de salir de vacaciones. Era su platillo preferido: La pasta. Metió el plato al horno y dejo que se calentara hasta que el dulce aroma de la salsa, la carne y la albahaca invadieron la cocina. Isabella supo que estaba listo, apago el horno y dejo que el plato se enfriara un poco antes de sacarlo. Se sirvió un poco de agua y se refresco la garganta. Saco el plato aun humeante, tomo el vaso de agua y se sentó en el comedor a disfrutar de su comida. El primer bocado le supo a gloria era la mezcla perfecta entre las especies, la albahaca, la salsa de tomate, la carne y la pasta. Sabores, sensaciones, placeres. Todo en un mismo plato. Comió con avidez disfrutando de esa combinación perfecta, cuando de nuevo tomo el tren al mundo de los recuerdos: Noche alegre, de emoción, nervios y preparativos. Él llegaría por primera vez a cenar. En la cocina cundía la agitación, Isabella, su madre y la mucama entregadas a la preparación de los platillos. El menú lo había planeada días antes. Parecía más bien un festín para un rey, Carpaccio de entrada para poder compartir, el plato fuerte Ravioli a la carbonara, y ensalada de aguacate con aceite de oliva, y de postre mousse de fresa con un toque de chocolate. Se dispuso la mesa en la pérgola se apagaron las luces y encendieron las velas, la música era tranquila y relajante una playlist de las que se habían mutuamente dedicado, canciones que se habían memorizado. Simplemente sus canciones. Se retocó antes que llegara, los labios, las pestañas un poco de sombra y ya está, perfecta, lista para la noche. El timbre sonó anunciando su llegada, ella fue a abrirle con la ilusión y el corazón latiendo a mil por hora. Abrió la puerta de par a par y lo vio hay parado con una camisa polo y unos jeans, no veía sus manos que tras su espalda ocultaban un hermoso ramos de rosas que el le entrego soltando un “Te Amo”. Ella tomo el ramo en sus manos y apreció la belleza de las rosas a las que encontró hermosas, le agradeció con un dulce beso en la mejilla y susurrándole al oído: “Te amo más, eres mi vida, mi todo”. Entraron a la casa, la madre de Isabella al igual que su padre lo saludaron y resolvieron salir a cena, para darse ellos también un respiró y recordarse mutuamente su amor. Confiando Ciegamente en su hija y en que sabría comportarse a la altura de la situación. Lo Guio hasta la pérgola, donde le mostro la mesa y la decoración, él, maravillado por el ambiente del lugar no dejaba de alabarla y deshacerse en cumplidos, sobre su vestido, su casa, la pérgola, las velas, la música, en fin: “Cuantos motivos para amarte” le repetía una y otra vez. “Eres un cursi, ¿Lo sabes?” Se reinan los dos juntos, abrazados, embobados mirándose como la primera vez a los ojos.
domingo, 22 de mayo de 2011
domingo, 8 de mayo de 2011
Tercera Entrega
Se volteo de pronto, sintiéndose sorprendida e insegura y fue cuando lo vio por primera vez. El tiempo desapareció, el mundo en seco se paró, sus miradas se encontraron, Isabella se perdió en sus ojos azules como una barca en la mar. Él en los de ella, en aquellos primorosos ojos verde primavera y con la luna como testigo, bañados de su hado blanquecino nació un amor. Tan frágil y bello como aquel resplandor. Al juego de miradas lo continuó el de las palabras en un principio dubitativas, misteriosas más tarde íntimas y cariñosas. El placer de conocerse, de enamorarse. El tiempo inexorable como testigo siguió su camino y lo que empezó en una amistad principiaba a fecundar cual flor invernal. Luego sobrevino el juego de caricias, de sutilezas, hasta llegar a aquel día en la playa en donde él le juro amor y ella dichosa su corazón, alma y vida le entrego. Pero después de pasar a ser uno solo, a amarse sin contemplación, el cobarde huyo dejando a Isabella en la más completa desolación. Una a una está y otras memorias, desfilaban por su mente como escenas de una mala película. En la que ella y él eran los eternos protagonistas. Una vez más Isabella era presa en el circo de sus emociones, trato de resistir pero el peso del pasado se hizo inaguantable. Se despertó sobresaltada, sudando y con lágrimas en los ojos. Con la pregunta en los labios, en aquellos rojos y hermosos labios: ¿Porque te fuiste? Una más de tantas que aquella mañana el viento se había llevado sin dejar una respuesta a cambio. Se secó las lágrimas con decisión, no podía seguir así lamentándose, sufriendo; las cosas debían cambiar. Tomo el control remoto y pulsando con firmeza el botón de encendido apago el televisor ya no sentía la imperativa necesidad de sentirse acompañada o por lo menos eso creía, en lo que más parecía ser un arrebato de emociones que una cambio verdadero de actitud. Prefería ahora la soledad. Levantándose con la resolución de no pensar más en lo ocurrido, se dispuso a preparase para “La Semana Santa de su vida.” Medito lo que tenía que hacer mientras se dirigía a la alcoba, lo primero sería el componer su maleta ya preparada para una semana en el la playa ahora debía adecuarla al gris de la ciudad. Además de dar aviso a Catalina que ya no iría a la pasar las vacaciones con ella como tanto tiempo atrás lo planearon y como venían haciendo sin interrupción. En su habitación tomo la maleta tan pesada como su bolsa de colegio en los peores días, y la dejo caer sobre la cama. Saco la ropa que era para la playa, la mitad era nuevos trajes y salidas de baño traídos por su madre en sus últimos viajes, blusas y t-shirts. Dejo la que le parecía adecuado para la ciudad tomo unas cuantas prendas de su armario, relego las sandalias por las zapatillas y los “All Stars”, el bloqueador por los compactos, todo lo hacía con calma, con cierta parsimonia como si empacara la tristeza y colgara de regreso la alegría. Abrigaba en su golpeado corazón la desazón de pasar sola la Semana Santa y peor aún el vivirla bajo la tutela de su Abuela. Al terminar se sentó en la cama, devastada, la depresión le hacía cada vez más mella, poco le duro la determinación de cambiar, que se presentó como un espejismo más en el desierto de tristeza recuerdos y melancolía en el que estaba viviendo. Desdé el fondo de la habitación, donde la radio seguía encendida se escuchaban el último verso de una canción: “¿Dónde estás? ¿A Dónde fue? donde el beso se hizo sal...donde el sueño hace mal y no tenerte es mortal ¿Dónde estás amor?” La primavera de sus ojos se vio ensombrecida por la lluvia de sus lágrimas, un verso cursi de una canción que tal vez un novio dedicara a quien consideraba su amor pero para Isabella ese verso era como una bofetada en plena cara, una estocada al corazón. Cuantas veces él le recito con su voz como un susurro, cargada de amor y emoción, los poemas más hermosos que la hacían suspirar y amarlo a lo que ella retribuía con un caricia, un beso un “Te Quiero”. El llanto se intensifico, dejo que fluyera y que recorrieran su bello rostro, se quedó allí con la mirada nublada, con la mente en blanco, sin sueños, ilusiones, el corazón roto. Era pues Isabella la viva imagen de la tristeza. El tiempo paso hasta que recordó lo que debía de hacer, se secó un poco el rostro y tomando el celular de la mesita de noche, le daría la mala notica a Catalina. Se decidió por mandarle un mensaje no era momento para hablar y menos en estas condiciones, lo escribió velozmente, al terminarlo antes de enviarlo lo leyó: “Hola Cata¡¡ oime hay un problema, los ridículos de mis papas no me dejaron irme al puerto =( porque tengo que ir pasara tiempo con mi abuela¡¡¡ te juro estoy tan enojada >:o pro igual hay se la pasan alegre, será triste el no ir =’( Te quiero, un beso muaaa.“ El típico mensaje, de errores, abreviaciones y emoticones, frutos del constante vaivén de pulgares, que cual hijos de la rapidez se movían sobre un casi minúsculo y desgastado teclado. A punto de marcar “Send” estaba cuando se dio cuenta de que tenía una numerosa cantidad de mensajes de su amigas que al enterarse de la ruptura le pedían que las llamara para apoyarla o enterarse de los detalles, fue aquí donde su mente se despejo y después de una trepidante reflexión, alcanzo la nefasta conclusión de que su mejor amiga y confidente con quien había compartido los secretos y sueños más íntimos, también la había abandonado. Ni uno solo de los mensajes era de ella, reviso las llamadas perdidas y no encontró nada, no existía la posibilidad de errar, a todas luces aquello era intencionado. Catalina siempre le acompañaba en todas las situaciones por más difíciles que estas fueran, en todas, se repetía para sí Isabella, y así fuera que tuviera que llamar de un teléfono público para hablarle, no importaba ella lo hacía, unidas siempre por el lazo más fuerte después del amor: la amistad. Isabella intento negarse a sí misma que Catalina no quisiera hablarle, simplemente no lo comprendía sin saber que la propia negación, es el peor engaño. En su interior como la mala hierba en un jardín principiaba a nacer una duda nefasta. Pronto muy pronto Isabella sabría el porqué de tal abandono, como de muchas otras preguntas. Mando el mensaje, aguardando en ella una respuesta, pero a cambio recibió más preguntas. El celular vibro, abrió el mensaje sabía que era el suyo, no lo dudo, lo leyó y releyó como si esperase que por ello cambiaran las palabras, de nueva cuenta su corazón se resquebraja y el abismo de la depresión se agudizaba, el mensaje decía así:
sábado, 23 de abril de 2011
Segunda Entrega
Dio un pequeño, salto un reacción involuntaria ocasionada por el susto de verse acompañada aunque solo fuera por el sonido del teléfono cuya alegre melodía le hizo sentirse bien aunque solo durara un segundo, ese melancólico sopor. El celular seguía sonando, lo tomo y contesto sin ver siquiera quien llamaba, antes de darse cuenta del craso error que ello significaba, ¿Tal vez la llamada era de él? ¿Qué le diría? ¿Qué haría? Otras preguntas que se quedaron sin respuesta en un mañana sin solución.
-Hola, ¿Quién habla?
Espero con todas sus fuerzas que no fuera él, rogo al cielo por una respuesta que parecía no llegar y para su agrado no era él.
-Hola, hija ¿Estas allí?, ¿Cómo has estado? ¿Qué es de tu vida? Tu padre y yo queremos saber de ti.
Por un momento, sintió que amaba la voz de su madre sobre cualquier cosas, la satisfacción que no fuera él quien llamara, era simplemente gratificante. Pero le irritaron las preguntas que la hacía su madre suficientes era las suyas ya como para tener más.
-Hola, madre muy bien, ¿No te parece que preguntas demasiado?
La frustración y el enojo de la ruptura le comenzaba a hacer mella, y no encontró un mejor blanco que su madre, sabedora que al hacerlo solo empeoraría las cosas. La respuesta de su madre no se hizo esperar.
-¡Pero que humor el tuyo! ¿qué te pasa solo fueron un preguntas normales? en fin, solo queríamos saber de ti, pero si no nos quieres contar será cosa tuya, te llamaba para decirte que esta semana santa nada de permisos al puerto, al rio, a la antigua, a ati, a donde sea que tengas planeado ir, porque tu padre y yo nos quedamos una semana más en el DF y no puedes irte de viaje, ni quedarte en la casa, te quedaras en la casa de la abuela Araceli, quien gustosa te espera así la ayudas y compartes tiempo con ella a quien casi nunca ves.
Esas palabras causaron en Isabella una tristeza abismal, y paso de estar triste a tener una depresión, profunda, melancólica. Lamento haber contestado, odio a sus padres, al mundo, a él, tanta era su frustración y enojo que no supo cómo responderle a su madre, y opto por aceptar lo que le tocaba. Si el universo, el destino o lo que fuera estaba en contra de ella ¿Qué podía hacer? Sino aceptar las consecuencias ¿Pero que había hecho para merecer todo lo que le ocurría? ¿Cómo de un momento a otro su mundo se resquebrajaba?
-Gracias por el castigo, madre, yo también te quiero, iré a la casa de la abuela Araceli, pero quiero que sepas que has arruinado mi vida y punto no quiero que me digas más.
- De nada, hija yo no te quiero yo te amo, y te digo que la pasaras muy bien. El día de mañana a las nueve de la mañana llegara por ti un taxi que te llevar a la casa de la abuela. Tu padre te manda un beso, y dice que te quiere y que seas buena con la abuela, recuerda que ha sufrido.
-Dile que Igual y que ya no soy una niñita, esperare el taxi al aburrimiento, e iré a pasar la semana santa de mi vida a la casa de la abuela, de nuevo gracias madre, ciaoo.
-Velo como quieras, te amo hija, adiós.
Colgó el teléfono y se quedó contemplado el horizonte, meditando. La abuela Araceli era la madre de su padre, cuando Isabella era pequeña la abue ara como le decía de cariño había sido su niñera mientras sus padres salían de viaje o asistían a reuniones y cocteles. Sería la abue ara su primera maestra con quien aprendería a leer, escribir y con quien conocería las maravillas de la vida, tomando en cuenta que cuando se es pequeño, lo más insignificante de la vida es visto con un cariz diferente, con una mirada sincera e inocente, que se encuentra aún libre del prejuicio de la edad. Pero el tiempo pasó y así como los osos de felpa, los peluches, las muñecas, los juegos de té fueron apartados por las amigas, el maquillaje, los estudios, el teléfono y el computador. Así también la abue ara fue relegada, las visitas se hicieron poco frecuentes, las enseñanzas permanecieron, los recuerdos se olvidaron. Desde el divorcio de la abue ara, con el abuelo Esteban. En Isabella nació un rencor puro y sincero en contra de su abuela a quien consideraba culpable de tal acontecimiento causante de la depreciación del apellido de la familia en sociedad y de una gran tristeza en toda la familia. Isabella no había comprendido en su totalidad el porqué de tal acción, ni a esa edad y aun hoy en día, lo que no sabía tampoco es que la respuesta estaba más cerca de lo que creía. El tener que pasar toda la semana santa con su abuela, no le hacía ninguna gracia, era simplemente según lo consideraba Isabella, un castigo del destino, de Dios, de sus padres, de él, no hallaba a quien culpar por ello. ¿Por qué el ser humano siempre tiene que hallar un culpable? ¿Acaso no pude asumir sus consecuencias? Una brisa la saco de sus cavilaciones, dirigió su mirada al cielo, que se hallaba gris y oscuro, esperando nada más al designio divino para que las gotas cayeran de las nubes, cual llanto celestial. Apago el computador y entro de nuevo a la casa, dejo su cosas en el comedor, se sirvo un poco de cereal, solo así simple y llano sin leche o azúcar como le gustaba. Dirigió sus pasos a la sala, se recostó en el sillón encendió el televisor, no le interesaba verlo ni lo que ocurría en la pantalla lo hacía solo para sentirse acompañada. Afuera la tormenta como los pensamientos de Isabella, principiaron a arreciar, al punto en que comenzó a adormilarse por el sonido de las gotas la impactar contra el vidrio. Con un movimiento involuntario dejo el tazón de cereal en una mesa al lado del sillón y se durmió una vez más arrullada por la lluvia y por sus recuerdos que en un tiempo fueron hermosas remembranzas y hoy surgen del camposanto de la mente como espectros para desgarrarle el alma y enejar el corazón, funestas memorias de una doloras separación. Los espíritus del pasado, la atormentaron en su sueño, se vio envuelta en un sopor de memorias del cual quiera escapara, pero se hayo con una que se le hacía ineludible. El recuerdo de la noche en que lo conoció. Fue en una fiesta en la casa de su mejor amiga, Catalina Moccia, en la que aburrida del jolgorio y de la música se sentó a la par de una fuente, para refrescarse y descansar por irónico que esto pueda parecer. Contemplo el reflejo blanquecino de la luna en el agua, que se movía en olas cual diminuto océano mientras recordaba el mito de narciso y su ridícula pero aleccionaria muerte. Retraída en sus pensamientos, reflexiono sobre su vida. Cuando sintió que un mano fría le tocaba el hombro.
-Hola, ¿Quién habla?
Espero con todas sus fuerzas que no fuera él, rogo al cielo por una respuesta que parecía no llegar y para su agrado no era él.
-Hola, hija ¿Estas allí?, ¿Cómo has estado? ¿Qué es de tu vida? Tu padre y yo queremos saber de ti.
Por un momento, sintió que amaba la voz de su madre sobre cualquier cosas, la satisfacción que no fuera él quien llamara, era simplemente gratificante. Pero le irritaron las preguntas que la hacía su madre suficientes era las suyas ya como para tener más.
-Hola, madre muy bien, ¿No te parece que preguntas demasiado?
La frustración y el enojo de la ruptura le comenzaba a hacer mella, y no encontró un mejor blanco que su madre, sabedora que al hacerlo solo empeoraría las cosas. La respuesta de su madre no se hizo esperar.
-¡Pero que humor el tuyo! ¿qué te pasa solo fueron un preguntas normales? en fin, solo queríamos saber de ti, pero si no nos quieres contar será cosa tuya, te llamaba para decirte que esta semana santa nada de permisos al puerto, al rio, a la antigua, a ati, a donde sea que tengas planeado ir, porque tu padre y yo nos quedamos una semana más en el DF y no puedes irte de viaje, ni quedarte en la casa, te quedaras en la casa de la abuela Araceli, quien gustosa te espera así la ayudas y compartes tiempo con ella a quien casi nunca ves.
Esas palabras causaron en Isabella una tristeza abismal, y paso de estar triste a tener una depresión, profunda, melancólica. Lamento haber contestado, odio a sus padres, al mundo, a él, tanta era su frustración y enojo que no supo cómo responderle a su madre, y opto por aceptar lo que le tocaba. Si el universo, el destino o lo que fuera estaba en contra de ella ¿Qué podía hacer? Sino aceptar las consecuencias ¿Pero que había hecho para merecer todo lo que le ocurría? ¿Cómo de un momento a otro su mundo se resquebrajaba?
-Gracias por el castigo, madre, yo también te quiero, iré a la casa de la abuela Araceli, pero quiero que sepas que has arruinado mi vida y punto no quiero que me digas más.
- De nada, hija yo no te quiero yo te amo, y te digo que la pasaras muy bien. El día de mañana a las nueve de la mañana llegara por ti un taxi que te llevar a la casa de la abuela. Tu padre te manda un beso, y dice que te quiere y que seas buena con la abuela, recuerda que ha sufrido.
-Dile que Igual y que ya no soy una niñita, esperare el taxi al aburrimiento, e iré a pasar la semana santa de mi vida a la casa de la abuela, de nuevo gracias madre, ciaoo.
-Velo como quieras, te amo hija, adiós.
Colgó el teléfono y se quedó contemplado el horizonte, meditando. La abuela Araceli era la madre de su padre, cuando Isabella era pequeña la abue ara como le decía de cariño había sido su niñera mientras sus padres salían de viaje o asistían a reuniones y cocteles. Sería la abue ara su primera maestra con quien aprendería a leer, escribir y con quien conocería las maravillas de la vida, tomando en cuenta que cuando se es pequeño, lo más insignificante de la vida es visto con un cariz diferente, con una mirada sincera e inocente, que se encuentra aún libre del prejuicio de la edad. Pero el tiempo pasó y así como los osos de felpa, los peluches, las muñecas, los juegos de té fueron apartados por las amigas, el maquillaje, los estudios, el teléfono y el computador. Así también la abue ara fue relegada, las visitas se hicieron poco frecuentes, las enseñanzas permanecieron, los recuerdos se olvidaron. Desde el divorcio de la abue ara, con el abuelo Esteban. En Isabella nació un rencor puro y sincero en contra de su abuela a quien consideraba culpable de tal acontecimiento causante de la depreciación del apellido de la familia en sociedad y de una gran tristeza en toda la familia. Isabella no había comprendido en su totalidad el porqué de tal acción, ni a esa edad y aun hoy en día, lo que no sabía tampoco es que la respuesta estaba más cerca de lo que creía. El tener que pasar toda la semana santa con su abuela, no le hacía ninguna gracia, era simplemente según lo consideraba Isabella, un castigo del destino, de Dios, de sus padres, de él, no hallaba a quien culpar por ello. ¿Por qué el ser humano siempre tiene que hallar un culpable? ¿Acaso no pude asumir sus consecuencias? Una brisa la saco de sus cavilaciones, dirigió su mirada al cielo, que se hallaba gris y oscuro, esperando nada más al designio divino para que las gotas cayeran de las nubes, cual llanto celestial. Apago el computador y entro de nuevo a la casa, dejo su cosas en el comedor, se sirvo un poco de cereal, solo así simple y llano sin leche o azúcar como le gustaba. Dirigió sus pasos a la sala, se recostó en el sillón encendió el televisor, no le interesaba verlo ni lo que ocurría en la pantalla lo hacía solo para sentirse acompañada. Afuera la tormenta como los pensamientos de Isabella, principiaron a arreciar, al punto en que comenzó a adormilarse por el sonido de las gotas la impactar contra el vidrio. Con un movimiento involuntario dejo el tazón de cereal en una mesa al lado del sillón y se durmió una vez más arrullada por la lluvia y por sus recuerdos que en un tiempo fueron hermosas remembranzas y hoy surgen del camposanto de la mente como espectros para desgarrarle el alma y enejar el corazón, funestas memorias de una doloras separación. Los espíritus del pasado, la atormentaron en su sueño, se vio envuelta en un sopor de memorias del cual quiera escapara, pero se hayo con una que se le hacía ineludible. El recuerdo de la noche en que lo conoció. Fue en una fiesta en la casa de su mejor amiga, Catalina Moccia, en la que aburrida del jolgorio y de la música se sentó a la par de una fuente, para refrescarse y descansar por irónico que esto pueda parecer. Contemplo el reflejo blanquecino de la luna en el agua, que se movía en olas cual diminuto océano mientras recordaba el mito de narciso y su ridícula pero aleccionaria muerte. Retraída en sus pensamientos, reflexiono sobre su vida. Cuando sintió que un mano fría le tocaba el hombro.
sábado, 2 de abril de 2011
"Las Marias"
Una llovizna pertinaz, caída del cielo de manera inclemente y furiosa acompañando las lágrimas que derramaban los dulces ojos verdes de Isabella Bowen, su mirada perdida en la ciudad, su mente en aquel fatídico momento, y su corazón roto por el dolor más fuerte después de la muerte, cuando se termina el amor. Sentada en su sillón preferido al lado de la ventana con la mano apoyada en el alfeizar Isabella lloraba de tristeza, de saber que todo lo vivido, lo amado había terminado. La tristeza no era su única acompañante en el fondo de la habitación se escuchaba la vos melodiosa de un locutor quien preguntaba a la audiencia las canciones que deseaban escuchar para después complacerlos, en una de esas llamadas una voz se le hizo muy conocida, pero no alcanzo a escucharla lo suficiente como para despejar su duda, lo único que escuchó con claridad fue que presentaban su canción, aquella canción de besos, caricias y sueños, la canción de los dos: “She's The One”. Isabella sintió que detrás de aquella acción se ocultaba alguien pero en aquel momento no comprendió quién había sido ni porque lo había hecho. El llanto de Isabella se hizo más espeso, sentía como un dolor que fluía en su sangre, abrasando todo a su paso que le hacía sentir que nada valía la pena, llevaba en si un sufrimiento que la hizo gritar, y preguntarse ¿Por qué todo se acabó? la pregunta se quedó al igual que la respuesta en el aire. La tristeza se hizo tan indescriptible e inaguantable que su mente la forzó a un descanso, cerro los ojos y al compás de la lluvia, de aquélla llovizna que había acompañado a sus lágrimas se durmió profundamente, pensando que tal vez pero solo tal vez todo aquello era un mal sueño. Eran las tres de la mañana cuando el ruido de la estática de la radio la despertó, aun con el sueño, el llanto y la tristeza en los ojos, se levantó tomando la colcha con la que se había cubierto, para ir a dormir a su cama y descansar un poco después de todo lo sufrido aquel día, antes de acostarse, se arrodillo frente a la cruz que había en la cabecera de la cama y rezo al creador le dio gracias y le pidió paz e iluminación para seguir con su vida, se metió en la cama y se cubrió hasta los hombros, y arrullada por sus lágrimas se durmió. El despertador sonó, a las seis de la madrugada, el calendario pegado a la pared tenia anunciado el día: Sábado pero aun así el día no importaba tanto como lo que aquélla fecha representaba. Marcado con corazones rojos por todas partes dentro de un cuadro que se hacía minúsculo, se podía leer la inscripción: “Un año”. Un recordatorio nefasto, una fecha para el olvido. Isabella al escuchar el despertador no se levantó de un salto como siempre lo hacía, la melancolía, la nostalgia y la tristeza se mezclaban en su ser como la goma de un día de fiesta, no necesitaba ver al calendario para saber que día era lo tenía grabado en su memoria, aquella fecha y sus solo remembranza le evocaban gratos recuerdos que hoy parecían ser más que pesadillas, como aquel beso, aquella caricia, palabras, canciones pero no lo pudo soportar. Tiro las colchas a un lado de la cama, se levantó de un salto tomo el calendario y lo arrojo con la furia e ira de un despechado, sabía que se arrepentiría después de haberlo hecho, pero las lágrimas se apoderaron de sus ojos regreso a su cama de donde juro no levantarse durante todo el día al contacto de la almohada con su mejilla sintió la humedad de una noche de llanto, la primera noche en la que se dormía sin pensar en él y lo que era. Se dice que cuando alguien tiene problemas el mejor consejero es la almohada, para Isabella fue el mejor pañuelo, lloro y lloro hasta que pudo sentir que la almohada comenzaba a pesar más, se levantó.Para bañarse y quedarse en pijama este día no haría nada se quedaría en su casa, aquél no era el momento para fiestas, para risas era un momento se decía Isabella de reflexión tal vez porque no de un nuevo renacer. Con los pies descalzos camino sobre la alfombra sintiendo las cosquillas en sus pies, como aquella vez en la que estaba sentada con él en un sillón de su casa, y él tan considerado y amoroso le hizo un masaje en los pies tan relajante que se durmió, aun con el recuerdo en la mente entro al baño, se desvistió con lentitud y parsimonia encendió el grifo del agua caliente y mientras esperaba a que calentara se observó en el espejo. Isabella Bowen era hermosa en toda la extensión de la palabra, su tez blanca en perfecta sincronía con su cabello rubio, su rosto fino y pequeño al igual que su labios, sus ojos verdes como primaveras al verse se sintió feliz y sonrió dejando ver en el reflejo del espejo una dentadura blanquecina y en perfecta sincronía, que de pronto se vio empañada por el vapor de la regadera. Se metió a la tina y dejo que el chorro de agua la relajara, su piel entrar en contacto con el agua caliente, se ruborizo. Así pasó por más de media hora dejando sentir el agua, pero así como el agua resbalaba por su cuerpo, sus recuerdos se resbalaban de su mente. Evoco aquél día en la playa, en la que tomados de la mano se contaban sus sueños e ilusiones, caminaron y caminaron hasta que el sol comenzó a caer, encontraron un viejo tronco y se sentaron. Se sentía plena, feliz en un éxtasis que algunos nombran amor y que otros tildad de locura. El dulcemente le tomo la mano, le descubrió el rostro dejando ver sus ojos verdes que cual esmeraldas refulgían al brillo del sol y con la voz de un poeta o de un Tenorio le recito-“Te Amo, vivo desde que te conozco y solo vivo para ti, y con el sol y la mar como testigo a ti bella te digo: ¡Toma mi mano vivamos juntos este desafío!”. Una lágrima se deslizo por su mejilla, se quedó muda sin saber que decir, con su dedo él le cerró su boca y la beso y en ese momento ella lo amo. Aquel día las lágrimas fueron de amor y felicidad ahora las que se derramaban por su rostro mezclándose con el agua eran de tristeza, melancolía y nostalgia apuro a bañarse cerro y se secó. –“Dicen que los recuerdos son la memoria de los muertos, estaré muriendo, me ha matado él amor, ahora soy un fantasma viviendo una vida que no es mía. “aquél pensamiento aunque fugaz e irreal dejo un huella en su interior como las que habría borrado el mar. Cubierta con la toalla, salió del baño dejando tras de sí una estela de vapor, se vistió rápido prefiero los jeans y un camisa en vez de la pijama, no se arregló el pelo, solo quería descansar, despejar la mente, tomo su laptop y encendió su celular. Salió de la habitación tranquila, no tenía hambre así que no iría a la cocina a prepararse el desayuno, abrió la puerta del jardín y se sentó en la mesa de la pérgola, abrió su computador y mientras que esperaba a que se cargara encendió su celular con la esperanza de encontrar alguna palabra de aliento, pero no encontró nada ni siquiera un mensaje, nada absolutamente nada y se sintió por primera vez en mucho tiempo, solo sin nadie a quien acudir sabía que su amigas no se habían enterado todavía. Por ello, ella debía anunciarlo, ingreso a su computador y lo primero que abrió fue su Facebook, el lugar ideal el perfecto escenario para anunciar el fin de lo que para Isabella era un época, el anuncio oficial el que le pondría fin a los rumores que haría feliz a algunos, ilusionaría a otros y tomaría por sorpresa a los verdaderos amigos. Todo parte de esas nuevas relaciones que representan las redes sociales. Mientras antes los asuntos privados eran ante todo privados. Ahora esa privacidad se había ido y la intimidad era casi un arcaísmo. Con un solo clic paso de estar “en un relación” a estar “Soltera”. Sonrió con la satisfacción-“está hecho”, su pensamiento se rompió, al sonido de su teléfono.
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