Se volteo de pronto, sintiéndose sorprendida e insegura y fue cuando lo vio por primera vez. El tiempo desapareció, el mundo en seco se paró, sus miradas se encontraron, Isabella se perdió en sus ojos azules como una barca en la mar. Él en los de ella, en aquellos primorosos ojos verde primavera y con la luna como testigo, bañados de su hado blanquecino nació un amor. Tan frágil y bello como aquel resplandor. Al juego de miradas lo continuó el de las palabras en un principio dubitativas, misteriosas más tarde íntimas y cariñosas. El placer de conocerse, de enamorarse. El tiempo inexorable como testigo siguió su camino y lo que empezó en una amistad principiaba a fecundar cual flor invernal. Luego sobrevino el juego de caricias, de sutilezas, hasta llegar a aquel día en la playa en donde él le juro amor y ella dichosa su corazón, alma y vida le entrego. Pero después de pasar a ser uno solo, a amarse sin contemplación, el cobarde huyo dejando a Isabella en la más completa desolación. Una a una está y otras memorias, desfilaban por su mente como escenas de una mala película. En la que ella y él eran los eternos protagonistas. Una vez más Isabella era presa en el circo de sus emociones, trato de resistir pero el peso del pasado se hizo inaguantable. Se despertó sobresaltada, sudando y con lágrimas en los ojos. Con la pregunta en los labios, en aquellos rojos y hermosos labios: ¿Porque te fuiste? Una más de tantas que aquella mañana el viento se había llevado sin dejar una respuesta a cambio. Se secó las lágrimas con decisión, no podía seguir así lamentándose, sufriendo; las cosas debían cambiar. Tomo el control remoto y pulsando con firmeza el botón de encendido apago el televisor ya no sentía la imperativa necesidad de sentirse acompañada o por lo menos eso creía, en lo que más parecía ser un arrebato de emociones que una cambio verdadero de actitud. Prefería ahora la soledad. Levantándose con la resolución de no pensar más en lo ocurrido, se dispuso a preparase para “La Semana Santa de su vida.” Medito lo que tenía que hacer mientras se dirigía a la alcoba, lo primero sería el componer su maleta ya preparada para una semana en el la playa ahora debía adecuarla al gris de la ciudad. Además de dar aviso a Catalina que ya no iría a la pasar las vacaciones con ella como tanto tiempo atrás lo planearon y como venían haciendo sin interrupción. En su habitación tomo la maleta tan pesada como su bolsa de colegio en los peores días, y la dejo caer sobre la cama. Saco la ropa que era para la playa, la mitad era nuevos trajes y salidas de baño traídos por su madre en sus últimos viajes, blusas y t-shirts. Dejo la que le parecía adecuado para la ciudad tomo unas cuantas prendas de su armario, relego las sandalias por las zapatillas y los “All Stars”, el bloqueador por los compactos, todo lo hacía con calma, con cierta parsimonia como si empacara la tristeza y colgara de regreso la alegría. Abrigaba en su golpeado corazón la desazón de pasar sola la Semana Santa y peor aún el vivirla bajo la tutela de su Abuela. Al terminar se sentó en la cama, devastada, la depresión le hacía cada vez más mella, poco le duro la determinación de cambiar, que se presentó como un espejismo más en el desierto de tristeza recuerdos y melancolía en el que estaba viviendo. Desdé el fondo de la habitación, donde la radio seguía encendida se escuchaban el último verso de una canción: “¿Dónde estás? ¿A Dónde fue? donde el beso se hizo sal...donde el sueño hace mal y no tenerte es mortal ¿Dónde estás amor?” La primavera de sus ojos se vio ensombrecida por la lluvia de sus lágrimas, un verso cursi de una canción que tal vez un novio dedicara a quien consideraba su amor pero para Isabella ese verso era como una bofetada en plena cara, una estocada al corazón. Cuantas veces él le recito con su voz como un susurro, cargada de amor y emoción, los poemas más hermosos que la hacían suspirar y amarlo a lo que ella retribuía con un caricia, un beso un “Te Quiero”. El llanto se intensifico, dejo que fluyera y que recorrieran su bello rostro, se quedó allí con la mirada nublada, con la mente en blanco, sin sueños, ilusiones, el corazón roto. Era pues Isabella la viva imagen de la tristeza. El tiempo paso hasta que recordó lo que debía de hacer, se secó un poco el rostro y tomando el celular de la mesita de noche, le daría la mala notica a Catalina. Se decidió por mandarle un mensaje no era momento para hablar y menos en estas condiciones, lo escribió velozmente, al terminarlo antes de enviarlo lo leyó: “Hola Cata¡¡ oime hay un problema, los ridículos de mis papas no me dejaron irme al puerto =( porque tengo que ir pasara tiempo con mi abuela¡¡¡ te juro estoy tan enojada >:o pro igual hay se la pasan alegre, será triste el no ir =’( Te quiero, un beso muaaa.“ El típico mensaje, de errores, abreviaciones y emoticones, frutos del constante vaivén de pulgares, que cual hijos de la rapidez se movían sobre un casi minúsculo y desgastado teclado. A punto de marcar “Send” estaba cuando se dio cuenta de que tenía una numerosa cantidad de mensajes de su amigas que al enterarse de la ruptura le pedían que las llamara para apoyarla o enterarse de los detalles, fue aquí donde su mente se despejo y después de una trepidante reflexión, alcanzo la nefasta conclusión de que su mejor amiga y confidente con quien había compartido los secretos y sueños más íntimos, también la había abandonado. Ni uno solo de los mensajes era de ella, reviso las llamadas perdidas y no encontró nada, no existía la posibilidad de errar, a todas luces aquello era intencionado. Catalina siempre le acompañaba en todas las situaciones por más difíciles que estas fueran, en todas, se repetía para sí Isabella, y así fuera que tuviera que llamar de un teléfono público para hablarle, no importaba ella lo hacía, unidas siempre por el lazo más fuerte después del amor: la amistad. Isabella intento negarse a sí misma que Catalina no quisiera hablarle, simplemente no lo comprendía sin saber que la propia negación, es el peor engaño. En su interior como la mala hierba en un jardín principiaba a nacer una duda nefasta. Pronto muy pronto Isabella sabría el porqué de tal abandono, como de muchas otras preguntas. Mando el mensaje, aguardando en ella una respuesta, pero a cambio recibió más preguntas. El celular vibro, abrió el mensaje sabía que era el suyo, no lo dudo, lo leyó y releyó como si esperase que por ello cambiaran las palabras, de nueva cuenta su corazón se resquebraja y el abismo de la depresión se agudizaba, el mensaje decía así:
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