“Hay Isabella no importa q no te vengas a ver cmo te va cn tu abuela hay te veo otro día” escueto, cortante, frio, un mensaje envenenado con la toxina del despreció. ¿Qué no importa? Así sencillo dos palabras era suficientes para tirar abajo lo que tanto habían planeado y sobretodo aguardado. ¿Dónde estaba su amiga que hacía hasta lo imposible porque fueran juntas a todo? ¿Aquella amiga que se preocupaba por ella? ¿Dónde quedo nuestra amistad? Se preguntaba Isabella, con la congoja indescriptible que causan las dudas del amor o la amistad. Un relámpago ilumino el tormentoso cielo, que parecía con la lluvia acompañar la tristeza de Isabella. Él estruendo la asustó y sintió como un escalofrío le recorría la espalda. Fue entonces en ese preciso instante que se percató de que su inseparable amiga, compañera de mil y una aventuras, confidente de íntimos secretos, su “Hermana del Alma “ no había mencionado nada acerca de la ruptura, como tanto había temido. La duda que cual hiedra se enraizó en su interior florecía ahora en toda su plenitud, la flor, hermosa de pétalos negros como la tristeza y su aroma tan fragante como punzante, era la esencia de los sueños e ilusiones rotos, era el perfume de la desolación. Isabella no sabía que hacer o que pensar, y decidió que el tema no debía de perturbarla más, aunque esta fuera la respuesta a muchas de las interrogantes que como espíritus rondaban su alcoba. Por primera vez sintió un vació en el pecho, como un agujero donde los remolinos de recuerdos, tristeza y nostalgia succionaban sus ser. Muestra inequívoca de que se encontraba completa y absolutamente sola, él la había dejado, sus padres de viaje, su mejor amiga perdida como su amistad. Simplemente parecía ser que su vida se escurría como la arena del mar en sus manos. Dejo el celular sobre la cama, debía calmarse se repetía para sí Isabella. Con la lentitud de quien se encuentra sin rumbo, dirigió sus pasos al estudio de su padre para encontrar a quien fue su amigo de la infancia, el único que cuando era pequeña era capaz de calmarla. El estudio era una sala amplía que al igual que la habitación de Isabella tienen el privilegio de tener un vista hacia la ciudad, en medio de la misma se hallaba un mesa de vidrio coronada por un escultura en bronce de un balletista ejecutando un pirueta. Una de las paredes estaba cubiertas de los más diverso cuadros que sus padres había comprado en diferentes subastas o bazares de beneficencia y en la otra, grandes libreras que guardaban entre sus hojas un bien que el hombre ha buscado durante casi toda su existencia: La sabiduría. Al final de la sala se encontraba el escritorio de su padre que se mantenía tan limpio y ordenado que parecía que nadie trabajara en él. Al fondo de la habitación cubierto por el polvo de la suciedad y del olvido se hallaba su piano de cola. Compañero de clases y recitales, orgullo de sus padres, y antigua afición de Isabella. Levantó el bastidor, quito el polvo que cubría al taburete y se sentó. Las antes hermosas teclas de marfil hoy amarillas por el paso del tiempo y el abandono le dieron la bienvenida. Coloco sus pies sobre los pedales. Cerró los ojos, dio un suspiro y dejo que todas sus emociones la embriagase. Al roce de sus dedos con el teclado la inspiración le sobrevino, una tecla siguió a la otra, creando tras de sí una sinfonía melancólica, triste, sublime. A cada tecla se liberaba del dolor, toco con furia con el sufrimiento en el corazón, con la mente en él y en su soledad. Toco y toco las manos empezaban a dolerle, pero en un acto masoquista continuo tocando, como si hubiera encontrado el remedio paras sus aflicciones por medio del dolor y de la música. A medida que tocaba la composición era más bella y triste a la vez y parecía envolverla en un sopor de recuerdos y memorias que desfilaban por su mente, inspirándola, concibiendo que sus manos se movieran en sincronía con sus dedos a una velocidad inusitada. Las manos le ardían, los dedos le pesaban y su mente sanaba, al compás de la música. Cuando el ardor llego a ser insoportable, Isabella sosteniendo en la última tecla termino su triste y reflexiva pieza. Se reconcilio por un momento consigo misma, el procesado de cicatrizar la herida que laceraba su compungido corazón empezaba a sanar a un paso lento pero necesario, la depresión continuaría siempre como un fantasma atormentándola pero al fin se vislumbraba una luz al final del camino. Decidió prepararse algo de comer el apetito le había vuelto y su estómago le dolía. Dejo el piano, can la idea de regresar más tarde y tocar, en parte porque las añoranzas del pasado siempre son las alegrías de presente, de aquellos años en donde los problemas y preocupaciones eran palabras de adultos además de sentirse un poco mejor después de tocar. Estando en la cocina calentó en el horno uno de los platos que la mucama había dejado preparado antes de salir de vacaciones. Era su platillo preferido: La pasta. Metió el plato al horno y dejo que se calentara hasta que el dulce aroma de la salsa, la carne y la albahaca invadieron la cocina. Isabella supo que estaba listo, apago el horno y dejo que el plato se enfriara un poco antes de sacarlo. Se sirvió un poco de agua y se refresco la garganta. Saco el plato aun humeante, tomo el vaso de agua y se sentó en el comedor a disfrutar de su comida. El primer bocado le supo a gloria era la mezcla perfecta entre las especies, la albahaca, la salsa de tomate, la carne y la pasta. Sabores, sensaciones, placeres. Todo en un mismo plato. Comió con avidez disfrutando de esa combinación perfecta, cuando de nuevo tomo el tren al mundo de los recuerdos: Noche alegre, de emoción, nervios y preparativos. Él llegaría por primera vez a cenar. En la cocina cundía la agitación, Isabella, su madre y la mucama entregadas a la preparación de los platillos. El menú lo había planeada días antes. Parecía más bien un festín para un rey, Carpaccio de entrada para poder compartir, el plato fuerte Ravioli a la carbonara, y ensalada de aguacate con aceite de oliva, y de postre mousse de fresa con un toque de chocolate. Se dispuso la mesa en la pérgola se apagaron las luces y encendieron las velas, la música era tranquila y relajante una playlist de las que se habían mutuamente dedicado, canciones que se habían memorizado. Simplemente sus canciones. Se retocó antes que llegara, los labios, las pestañas un poco de sombra y ya está, perfecta, lista para la noche. El timbre sonó anunciando su llegada, ella fue a abrirle con la ilusión y el corazón latiendo a mil por hora. Abrió la puerta de par a par y lo vio hay parado con una camisa polo y unos jeans, no veía sus manos que tras su espalda ocultaban un hermoso ramos de rosas que el le entrego soltando un “Te Amo”. Ella tomo el ramo en sus manos y apreció la belleza de las rosas a las que encontró hermosas, le agradeció con un dulce beso en la mejilla y susurrándole al oído: “Te amo más, eres mi vida, mi todo”. Entraron a la casa, la madre de Isabella al igual que su padre lo saludaron y resolvieron salir a cena, para darse ellos también un respiró y recordarse mutuamente su amor. Confiando Ciegamente en su hija y en que sabría comportarse a la altura de la situación. Lo Guio hasta la pérgola, donde le mostro la mesa y la decoración, él, maravillado por el ambiente del lugar no dejaba de alabarla y deshacerse en cumplidos, sobre su vestido, su casa, la pérgola, las velas, la música, en fin: “Cuantos motivos para amarte” le repetía una y otra vez. “Eres un cursi, ¿Lo sabes?” Se reinan los dos juntos, abrazados, embobados mirándose como la primera vez a los ojos.
domingo, 22 de mayo de 2011
domingo, 8 de mayo de 2011
Tercera Entrega
Se volteo de pronto, sintiéndose sorprendida e insegura y fue cuando lo vio por primera vez. El tiempo desapareció, el mundo en seco se paró, sus miradas se encontraron, Isabella se perdió en sus ojos azules como una barca en la mar. Él en los de ella, en aquellos primorosos ojos verde primavera y con la luna como testigo, bañados de su hado blanquecino nació un amor. Tan frágil y bello como aquel resplandor. Al juego de miradas lo continuó el de las palabras en un principio dubitativas, misteriosas más tarde íntimas y cariñosas. El placer de conocerse, de enamorarse. El tiempo inexorable como testigo siguió su camino y lo que empezó en una amistad principiaba a fecundar cual flor invernal. Luego sobrevino el juego de caricias, de sutilezas, hasta llegar a aquel día en la playa en donde él le juro amor y ella dichosa su corazón, alma y vida le entrego. Pero después de pasar a ser uno solo, a amarse sin contemplación, el cobarde huyo dejando a Isabella en la más completa desolación. Una a una está y otras memorias, desfilaban por su mente como escenas de una mala película. En la que ella y él eran los eternos protagonistas. Una vez más Isabella era presa en el circo de sus emociones, trato de resistir pero el peso del pasado se hizo inaguantable. Se despertó sobresaltada, sudando y con lágrimas en los ojos. Con la pregunta en los labios, en aquellos rojos y hermosos labios: ¿Porque te fuiste? Una más de tantas que aquella mañana el viento se había llevado sin dejar una respuesta a cambio. Se secó las lágrimas con decisión, no podía seguir así lamentándose, sufriendo; las cosas debían cambiar. Tomo el control remoto y pulsando con firmeza el botón de encendido apago el televisor ya no sentía la imperativa necesidad de sentirse acompañada o por lo menos eso creía, en lo que más parecía ser un arrebato de emociones que una cambio verdadero de actitud. Prefería ahora la soledad. Levantándose con la resolución de no pensar más en lo ocurrido, se dispuso a preparase para “La Semana Santa de su vida.” Medito lo que tenía que hacer mientras se dirigía a la alcoba, lo primero sería el componer su maleta ya preparada para una semana en el la playa ahora debía adecuarla al gris de la ciudad. Además de dar aviso a Catalina que ya no iría a la pasar las vacaciones con ella como tanto tiempo atrás lo planearon y como venían haciendo sin interrupción. En su habitación tomo la maleta tan pesada como su bolsa de colegio en los peores días, y la dejo caer sobre la cama. Saco la ropa que era para la playa, la mitad era nuevos trajes y salidas de baño traídos por su madre en sus últimos viajes, blusas y t-shirts. Dejo la que le parecía adecuado para la ciudad tomo unas cuantas prendas de su armario, relego las sandalias por las zapatillas y los “All Stars”, el bloqueador por los compactos, todo lo hacía con calma, con cierta parsimonia como si empacara la tristeza y colgara de regreso la alegría. Abrigaba en su golpeado corazón la desazón de pasar sola la Semana Santa y peor aún el vivirla bajo la tutela de su Abuela. Al terminar se sentó en la cama, devastada, la depresión le hacía cada vez más mella, poco le duro la determinación de cambiar, que se presentó como un espejismo más en el desierto de tristeza recuerdos y melancolía en el que estaba viviendo. Desdé el fondo de la habitación, donde la radio seguía encendida se escuchaban el último verso de una canción: “¿Dónde estás? ¿A Dónde fue? donde el beso se hizo sal...donde el sueño hace mal y no tenerte es mortal ¿Dónde estás amor?” La primavera de sus ojos se vio ensombrecida por la lluvia de sus lágrimas, un verso cursi de una canción que tal vez un novio dedicara a quien consideraba su amor pero para Isabella ese verso era como una bofetada en plena cara, una estocada al corazón. Cuantas veces él le recito con su voz como un susurro, cargada de amor y emoción, los poemas más hermosos que la hacían suspirar y amarlo a lo que ella retribuía con un caricia, un beso un “Te Quiero”. El llanto se intensifico, dejo que fluyera y que recorrieran su bello rostro, se quedó allí con la mirada nublada, con la mente en blanco, sin sueños, ilusiones, el corazón roto. Era pues Isabella la viva imagen de la tristeza. El tiempo paso hasta que recordó lo que debía de hacer, se secó un poco el rostro y tomando el celular de la mesita de noche, le daría la mala notica a Catalina. Se decidió por mandarle un mensaje no era momento para hablar y menos en estas condiciones, lo escribió velozmente, al terminarlo antes de enviarlo lo leyó: “Hola Cata¡¡ oime hay un problema, los ridículos de mis papas no me dejaron irme al puerto =( porque tengo que ir pasara tiempo con mi abuela¡¡¡ te juro estoy tan enojada >:o pro igual hay se la pasan alegre, será triste el no ir =’( Te quiero, un beso muaaa.“ El típico mensaje, de errores, abreviaciones y emoticones, frutos del constante vaivén de pulgares, que cual hijos de la rapidez se movían sobre un casi minúsculo y desgastado teclado. A punto de marcar “Send” estaba cuando se dio cuenta de que tenía una numerosa cantidad de mensajes de su amigas que al enterarse de la ruptura le pedían que las llamara para apoyarla o enterarse de los detalles, fue aquí donde su mente se despejo y después de una trepidante reflexión, alcanzo la nefasta conclusión de que su mejor amiga y confidente con quien había compartido los secretos y sueños más íntimos, también la había abandonado. Ni uno solo de los mensajes era de ella, reviso las llamadas perdidas y no encontró nada, no existía la posibilidad de errar, a todas luces aquello era intencionado. Catalina siempre le acompañaba en todas las situaciones por más difíciles que estas fueran, en todas, se repetía para sí Isabella, y así fuera que tuviera que llamar de un teléfono público para hablarle, no importaba ella lo hacía, unidas siempre por el lazo más fuerte después del amor: la amistad. Isabella intento negarse a sí misma que Catalina no quisiera hablarle, simplemente no lo comprendía sin saber que la propia negación, es el peor engaño. En su interior como la mala hierba en un jardín principiaba a nacer una duda nefasta. Pronto muy pronto Isabella sabría el porqué de tal abandono, como de muchas otras preguntas. Mando el mensaje, aguardando en ella una respuesta, pero a cambio recibió más preguntas. El celular vibro, abrió el mensaje sabía que era el suyo, no lo dudo, lo leyó y releyó como si esperase que por ello cambiaran las palabras, de nueva cuenta su corazón se resquebraja y el abismo de la depresión se agudizaba, el mensaje decía así:
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