sábado, 23 de abril de 2011

Segunda Entrega

Dio un pequeño, salto un reacción involuntaria ocasionada por el susto de verse acompañada aunque solo fuera por el sonido del teléfono cuya alegre melodía le hizo sentirse bien aunque solo durara un segundo, ese melancólico sopor. El celular seguía sonando, lo tomo y contesto sin ver siquiera quien llamaba, antes de darse cuenta del craso error que ello significaba, ¿Tal vez la llamada era de él? ¿Qué le diría? ¿Qué haría? Otras preguntas que se quedaron sin respuesta en un mañana sin solución.
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Hola, ¿Quién habla?
Espero con todas sus fuerzas que no fuera él, rogo al cielo por una respuesta que parecía no llegar y para su agrado no era él.
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Hola, hija ¿Estas allí?, ¿Cómo has estado? ¿Qué es de tu vida? Tu padre y yo queremos saber de ti.
Por un momento, sintió que amaba la voz de su madre sobre cualquier cosas, la satisfacción que no fuera él quien llamara, era simplemente gratificante. Pero le irritaron las preguntas que la hacía su madre suficientes era las suyas ya como para tener más.
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Hola, madre muy bien, ¿No te parece que preguntas demasiado?
La frustración y el enojo de la ruptura le comenzaba a hacer mella, y no encontró un mejor blanco que su madre, sabedora que al hacerlo solo empeoraría las cosas. La respuesta de su madre no se hizo esperar.
-¡Pero que humor el tuyo! ¿qué te pasa solo fueron un preguntas normales? en fin, solo queríamos saber de ti, pero si no nos quieres contar será cosa tuya, te llamaba para decirte que esta semana santa nada de permisos al puerto, al rio, a la antigua, a ati, a donde sea que tengas planeado ir, porque tu padre y yo nos quedamos una semana más en el DF y no puedes irte de viaje, ni quedarte en la casa, te quedaras en la casa de la abuela Araceli, quien gustosa te espera así la ayudas y compartes tiempo con ella a quien casi nunca ves.
Esas palabras causaron en Isabella una tristeza abismal, y paso de estar triste a tener una depresión, profunda, melancólica. Lamento haber contestado, odio a sus padres, al mundo, a él, tanta era su frustración y enojo que no supo cómo responderle a su madre, y opto por aceptar lo que le tocaba. Si el universo, el destino o lo que fuera estaba en contra de ella ¿Qué podía hacer? Sino aceptar las consecuencias ¿Pero que había hecho para merecer todo lo que le ocurría? ¿Cómo de un momento a otro su mundo se resquebrajaba?
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Gracias por el castigo, madre, yo también te quiero, iré a la casa de la abuela Araceli, pero quiero que sepas que has arruinado mi vida y punto no quiero que me digas más.
- De nada, hija yo no te quiero yo te amo, y te digo que la pasaras muy bien. El día de mañana a las nueve de la mañana llegara por ti un taxi que te llevar a la casa de la abuela. Tu padre te manda un beso, y dice que te quiere y que seas buena con la abuela, recuerda que ha sufrido.
-Dile que Igual y que ya no soy una niñita, esperare el taxi al aburrimiento, e iré a pasar la semana santa de mi vida a la casa de la abuela, de nuevo gracias madre, ciaoo.
-Velo como quieras, te amo hija, adiós.
Colgó el teléfono y se quedó contemplado el horizonte, meditando. La abuela Araceli era la madre de su padre, cuando Isabella era pequeña la abue ara como le decía de cariño había sido su niñera mientras sus padres salían de viaje o asistían a reuniones y cocteles. Sería la abue ara su primera maestra con quien aprendería a leer, escribir y con quien conocería las maravillas de la vida, tomando en cuenta que cuando se es pequeño, lo más insignificante de la vida es visto con un cariz diferente, con una mirada sincera e inocente, que se encuentra aún libre del prejuicio de la edad. Pero el tiempo pasó y así como los osos de felpa, los peluches, las muñecas, los juegos de té fueron apartados por las amigas, el maquillaje, los estudios, el teléfono y el computador. Así también la abue ara fue relegada, las visitas se hicieron poco frecuentes, las enseñanzas permanecieron, los recuerdos se olvidaron. Desde el divorcio de la abue ara, con el abuelo Esteban. En Isabella nació un rencor puro y sincero en contra de su abuela a quien consideraba culpable de tal acontecimiento causante de la depreciación del apellido de la familia en sociedad y de una gran tristeza en toda la familia. Isabella no había comprendido en su totalidad el porqué de tal acción, ni a esa edad y aun hoy en día, lo que no sabía tampoco es que la respuesta estaba más cerca de lo que creía. El tener que pasar toda la semana santa con su abuela, no le hacía ninguna gracia, era simplemente según lo consideraba Isabella, un castigo del destino, de Dios, de sus padres, de él, no hallaba a quien culpar por ello. ¿Por qué el ser humano siempre tiene que hallar un culpable? ¿Acaso no pude asumir sus consecuencias? Una brisa la saco de sus cavilaciones, dirigió su mirada al cielo, que se hallaba gris y oscuro, esperando nada más al designio divino para que las gotas cayeran de las nubes, cual llanto celestial. Apago el computador y entro de nuevo a la casa, dejo su cosas en el comedor, se sirvo un poco de cereal, solo así simple y llano sin leche o azúcar como le gustaba. Dirigió sus pasos a la sala, se recostó en el sillón encendió el televisor, no le interesaba verlo ni lo que ocurría en la pantalla lo hacía solo para sentirse acompañada. Afuera la tormenta como los pensamientos de Isabella, principiaron a arreciar, al punto en que comenzó a adormilarse por el sonido de las gotas la impactar contra el vidrio. Con un movimiento involuntario dejo el tazón de cereal en una mesa al lado del sillón y se durmió una vez más arrullada por la lluvia y por sus recuerdos que en un tiempo fueron hermosas remembranzas y hoy surgen del camposanto de la mente como espectros para desgarrarle el alma y enejar el corazón, funestas memorias de una doloras separación. Los espíritus del pasado, la atormentaron en su sueño, se vio envuelta en un sopor de memorias del cual quiera escapara, pero se hayo con una que se le hacía ineludible. El recuerdo de la noche en que lo conoció. Fue en una fiesta en la casa de su mejor amiga, Catalina Moccia, en la que aburrida del jolgorio y de la música se sentó a la par de una fuente, para refrescarse y descansar por irónico que esto pueda parecer. Contemplo el reflejo blanquecino de la luna en el agua, que se movía en olas cual diminuto océano mientras recordaba el mito de narciso y su ridícula pero aleccionaria muerte. Retraída en sus pensamientos, reflexiono sobre su vida. Cuando sintió que un mano fría le tocaba el hombro.

sábado, 2 de abril de 2011

"Las Marias"

Una llovizna pertinaz, caída del cielo de manera inclemente y furiosa acompañando las lágrimas que derramaban los dulces ojos verdes de Isabella Bowen, su mirada perdida en la ciudad, su mente en aquel fatídico momento, y su corazón roto por el dolor más fuerte después de la muerte, cuando se termina el amor. Sentada en su sillón preferido al lado de la ventana con la mano apoyada en el alfeizar Isabella lloraba de tristeza, de saber que todo lo vivido, lo amado había terminado. La tristeza no era su única acompañante en el fondo de la habitación se escuchaba la vos melodiosa de un locutor quien preguntaba a la audiencia las canciones que deseaban escuchar para después complacerlos, en una de esas llamadas una voz se le hizo muy conocida, pero no alcanzo a escucharla lo suficiente como para despejar su duda, lo único que escuchó con claridad fue que presentaban su canción, aquella canción de besos, caricias y sueños, la canción de los dos: “She's The One”. Isabella sintió que detrás de aquella acción se ocultaba alguien pero en aquel momento no comprendió quién había sido ni porque lo había hecho. El llanto de Isabella se hizo más espeso, sentía como un dolor que fluía en su sangre, abrasando todo a su paso que le hacía sentir que nada valía la pena, llevaba en si un sufrimiento que la hizo gritar, y preguntarse ¿Por qué todo se acabó? la pregunta se quedó al igual que la respuesta en el aire. La tristeza se hizo tan indescriptible e inaguantable que su mente la forzó a un descanso, cerro los ojos y al compás de la lluvia, de aquélla llovizna que había acompañado a sus lágrimas se durmió profundamente, pensando que tal vez pero solo tal vez todo aquello era un mal sueño. Eran las tres de la mañana cuando el ruido de la estática de la radio la despertó, aun con el sueño, el llanto y la tristeza en los ojos, se levantó tomando la colcha con la que se había cubierto, para ir a dormir a su cama y descansar un poco después de todo lo sufrido aquel día, antes de acostarse, se arrodillo frente a la cruz que había en la cabecera de la cama y rezo al creador le dio gracias y le pidió paz e iluminación para seguir con su vida, se metió en la cama y se cubrió hasta los hombros, y arrullada por sus lágrimas se durmió. El despertador sonó, a las seis de la madrugada, el calendario pegado a la pared tenia anunciado el día: Sábado pero aun así el día no importaba tanto como lo que aquélla fecha representaba. Marcado con corazones rojos por todas partes dentro de un cuadro que se hacía minúsculo, se podía leer la inscripción: “Un año”. Un recordatorio nefasto, una fecha para el olvido. Isabella al escuchar el despertador no se levantó de un salto como siempre lo hacía, la melancolía, la nostalgia y la tristeza se mezclaban en su ser como la goma de un día de fiesta, no necesitaba ver al calendario para saber que día era lo tenía grabado en su memoria, aquella fecha y sus solo remembranza le evocaban gratos recuerdos que hoy parecían ser más que pesadillas, como aquel beso, aquella caricia, palabras, canciones pero no lo pudo soportar. Tiro las colchas a un lado de la cama, se levantó de un salto tomo el calendario y lo arrojo con la furia e ira de un despechado, sabía que se arrepentiría después de haberlo hecho, pero las lágrimas se apoderaron de sus ojos regreso a su cama de donde juro no levantarse durante todo el día al contacto de la almohada con su mejilla sintió la humedad de una noche de llanto, la primera noche en la que se dormía sin pensar en él y lo que era. Se dice que cuando alguien tiene problemas el mejor consejero es la almohada, para Isabella fue el mejor pañuelo, lloro y lloro hasta que pudo sentir que la almohada comenzaba a pesar más, se levantó.Para bañarse y quedarse en pijama este día no haría nada se quedaría en su casa, aquél no era el momento para fiestas, para risas era un momento se decía Isabella de reflexión tal vez porque no de un nuevo renacer. Con los pies descalzos camino sobre la alfombra sintiendo las cosquillas en sus pies, como aquella vez en la que estaba sentada con él en un sillón de su casa, y él tan considerado y amoroso le hizo un masaje en los pies tan relajante que se durmió, aun con el recuerdo en la mente entro al baño, se desvistió con lentitud y parsimonia encendió el grifo del agua caliente y mientras esperaba a que calentara se observó en el espejo. Isabella Bowen era hermosa en toda la extensión de la palabra, su tez blanca en perfecta sincronía con su cabello rubio, su rosto fino y pequeño al igual que su labios, sus ojos verdes como primaveras al verse se sintió feliz y sonrió dejando ver en el reflejo del espejo una dentadura blanquecina y en perfecta sincronía, que de pronto se vio empañada por el vapor de la regadera. Se metió a la tina y dejo que el chorro de agua la relajara, su piel entrar en contacto con el agua caliente, se ruborizo. Así pasó por más de media hora dejando sentir el agua, pero así como el agua resbalaba por su cuerpo, sus recuerdos se resbalaban de su mente. Evoco aquél día en la playa, en la que tomados de la mano se contaban sus sueños e ilusiones, caminaron y caminaron hasta que el sol comenzó a caer, encontraron un viejo tronco y se sentaron. Se sentía plena, feliz en un éxtasis que algunos nombran amor y que otros tildad de locura. El dulcemente le tomo la mano, le descubrió el rostro dejando ver sus ojos verdes que cual esmeraldas refulgían al brillo del sol y con la voz de un poeta o de un Tenorio le recito-“Te Amo, vivo desde que te conozco y solo vivo para ti, y con el sol y la mar como testigo a ti bella te digo: ¡Toma mi mano vivamos juntos este desafío!”. Una lágrima se deslizo por su mejilla, se quedó muda sin saber que decir, con su dedo él le cerró su boca y la beso y en ese momento ella lo amo. Aquel día las lágrimas fueron de amor y felicidad ahora las que se derramaban por su rostro mezclándose con el agua eran de tristeza, melancolía y nostalgia apuro a bañarse cerro y se secó. –“Dicen que los recuerdos son la memoria de los muertos, estaré muriendo, me ha matado él amor, ahora soy un fantasma viviendo una vida que no es mía. “aquél pensamiento aunque fugaz e irreal dejo un huella en su interior como las que habría borrado el mar. Cubierta con la toalla, salió del baño dejando tras de sí una estela de vapor, se vistió rápido prefiero los jeans y un camisa en vez de la pijama, no se arregló el pelo, solo quería descansar, despejar la mente, tomo su laptop y encendió su celular. Salió de la habitación tranquila, no tenía hambre así que no iría a la cocina a prepararse el desayuno, abrió la puerta del jardín y se sentó en la mesa de la pérgola, abrió su computador y mientras que esperaba a que se cargara encendió su celular con la esperanza de encontrar alguna palabra de aliento, pero no encontró nada ni siquiera un mensaje, nada absolutamente nada y se sintió por primera vez en mucho tiempo, solo sin nadie a quien acudir sabía que su amigas no se habían enterado todavía. Por ello, ella debía anunciarlo, ingreso a su computador y lo primero que abrió fue su Facebook, el lugar ideal el perfecto escenario para anunciar el fin de lo que para Isabella era un época, el anuncio oficial el que le pondría fin a los rumores que haría feliz a algunos, ilusionaría a otros y tomaría por sorpresa a los verdaderos amigos. Todo parte de esas nuevas relaciones que representan las redes sociales. Mientras antes los asuntos privados eran ante todo privados. Ahora esa privacidad se había ido y la intimidad era casi un arcaísmo. Con un solo clic paso de estar “en un relación” a estar “Soltera”. Sonrió con la satisfacción-“está hecho”, su pensamiento se rompió, al sonido de su teléfono.