Dio un pequeño, salto un reacción involuntaria ocasionada por el susto de verse acompañada aunque solo fuera por el sonido del teléfono cuya alegre melodía le hizo sentirse bien aunque solo durara un segundo, ese melancólico sopor. El celular seguía sonando, lo tomo y contesto sin ver siquiera quien llamaba, antes de darse cuenta del craso error que ello significaba, ¿Tal vez la llamada era de él? ¿Qué le diría? ¿Qué haría? Otras preguntas que se quedaron sin respuesta en un mañana sin solución.
-Hola, ¿Quién habla?
Espero con todas sus fuerzas que no fuera él, rogo al cielo por una respuesta que parecía no llegar y para su agrado no era él.
-Hola, hija ¿Estas allí?, ¿Cómo has estado? ¿Qué es de tu vida? Tu padre y yo queremos saber de ti.
Por un momento, sintió que amaba la voz de su madre sobre cualquier cosas, la satisfacción que no fuera él quien llamara, era simplemente gratificante. Pero le irritaron las preguntas que la hacía su madre suficientes era las suyas ya como para tener más.
-Hola, madre muy bien, ¿No te parece que preguntas demasiado?
La frustración y el enojo de la ruptura le comenzaba a hacer mella, y no encontró un mejor blanco que su madre, sabedora que al hacerlo solo empeoraría las cosas. La respuesta de su madre no se hizo esperar.
-¡Pero que humor el tuyo! ¿qué te pasa solo fueron un preguntas normales? en fin, solo queríamos saber de ti, pero si no nos quieres contar será cosa tuya, te llamaba para decirte que esta semana santa nada de permisos al puerto, al rio, a la antigua, a ati, a donde sea que tengas planeado ir, porque tu padre y yo nos quedamos una semana más en el DF y no puedes irte de viaje, ni quedarte en la casa, te quedaras en la casa de la abuela Araceli, quien gustosa te espera así la ayudas y compartes tiempo con ella a quien casi nunca ves.
Esas palabras causaron en Isabella una tristeza abismal, y paso de estar triste a tener una depresión, profunda, melancólica. Lamento haber contestado, odio a sus padres, al mundo, a él, tanta era su frustración y enojo que no supo cómo responderle a su madre, y opto por aceptar lo que le tocaba. Si el universo, el destino o lo que fuera estaba en contra de ella ¿Qué podía hacer? Sino aceptar las consecuencias ¿Pero que había hecho para merecer todo lo que le ocurría? ¿Cómo de un momento a otro su mundo se resquebrajaba?
-Gracias por el castigo, madre, yo también te quiero, iré a la casa de la abuela Araceli, pero quiero que sepas que has arruinado mi vida y punto no quiero que me digas más.
- De nada, hija yo no te quiero yo te amo, y te digo que la pasaras muy bien. El día de mañana a las nueve de la mañana llegara por ti un taxi que te llevar a la casa de la abuela. Tu padre te manda un beso, y dice que te quiere y que seas buena con la abuela, recuerda que ha sufrido.
-Dile que Igual y que ya no soy una niñita, esperare el taxi al aburrimiento, e iré a pasar la semana santa de mi vida a la casa de la abuela, de nuevo gracias madre, ciaoo.
-Velo como quieras, te amo hija, adiós.
Colgó el teléfono y se quedó contemplado el horizonte, meditando. La abuela Araceli era la madre de su padre, cuando Isabella era pequeña la abue ara como le decía de cariño había sido su niñera mientras sus padres salían de viaje o asistían a reuniones y cocteles. Sería la abue ara su primera maestra con quien aprendería a leer, escribir y con quien conocería las maravillas de la vida, tomando en cuenta que cuando se es pequeño, lo más insignificante de la vida es visto con un cariz diferente, con una mirada sincera e inocente, que se encuentra aún libre del prejuicio de la edad. Pero el tiempo pasó y así como los osos de felpa, los peluches, las muñecas, los juegos de té fueron apartados por las amigas, el maquillaje, los estudios, el teléfono y el computador. Así también la abue ara fue relegada, las visitas se hicieron poco frecuentes, las enseñanzas permanecieron, los recuerdos se olvidaron. Desde el divorcio de la abue ara, con el abuelo Esteban. En Isabella nació un rencor puro y sincero en contra de su abuela a quien consideraba culpable de tal acontecimiento causante de la depreciación del apellido de la familia en sociedad y de una gran tristeza en toda la familia. Isabella no había comprendido en su totalidad el porqué de tal acción, ni a esa edad y aun hoy en día, lo que no sabía tampoco es que la respuesta estaba más cerca de lo que creía. El tener que pasar toda la semana santa con su abuela, no le hacía ninguna gracia, era simplemente según lo consideraba Isabella, un castigo del destino, de Dios, de sus padres, de él, no hallaba a quien culpar por ello. ¿Por qué el ser humano siempre tiene que hallar un culpable? ¿Acaso no pude asumir sus consecuencias? Una brisa la saco de sus cavilaciones, dirigió su mirada al cielo, que se hallaba gris y oscuro, esperando nada más al designio divino para que las gotas cayeran de las nubes, cual llanto celestial. Apago el computador y entro de nuevo a la casa, dejo su cosas en el comedor, se sirvo un poco de cereal, solo así simple y llano sin leche o azúcar como le gustaba. Dirigió sus pasos a la sala, se recostó en el sillón encendió el televisor, no le interesaba verlo ni lo que ocurría en la pantalla lo hacía solo para sentirse acompañada. Afuera la tormenta como los pensamientos de Isabella, principiaron a arreciar, al punto en que comenzó a adormilarse por el sonido de las gotas la impactar contra el vidrio. Con un movimiento involuntario dejo el tazón de cereal en una mesa al lado del sillón y se durmió una vez más arrullada por la lluvia y por sus recuerdos que en un tiempo fueron hermosas remembranzas y hoy surgen del camposanto de la mente como espectros para desgarrarle el alma y enejar el corazón, funestas memorias de una doloras separación. Los espíritus del pasado, la atormentaron en su sueño, se vio envuelta en un sopor de memorias del cual quiera escapara, pero se hayo con una que se le hacía ineludible. El recuerdo de la noche en que lo conoció. Fue en una fiesta en la casa de su mejor amiga, Catalina Moccia, en la que aburrida del jolgorio y de la música se sentó a la par de una fuente, para refrescarse y descansar por irónico que esto pueda parecer. Contemplo el reflejo blanquecino de la luna en el agua, que se movía en olas cual diminuto océano mientras recordaba el mito de narciso y su ridícula pero aleccionaria muerte. Retraída en sus pensamientos, reflexiono sobre su vida. Cuando sintió que un mano fría le tocaba el hombro.
-Hola, ¿Quién habla?
Espero con todas sus fuerzas que no fuera él, rogo al cielo por una respuesta que parecía no llegar y para su agrado no era él.
-Hola, hija ¿Estas allí?, ¿Cómo has estado? ¿Qué es de tu vida? Tu padre y yo queremos saber de ti.
Por un momento, sintió que amaba la voz de su madre sobre cualquier cosas, la satisfacción que no fuera él quien llamara, era simplemente gratificante. Pero le irritaron las preguntas que la hacía su madre suficientes era las suyas ya como para tener más.
-Hola, madre muy bien, ¿No te parece que preguntas demasiado?
La frustración y el enojo de la ruptura le comenzaba a hacer mella, y no encontró un mejor blanco que su madre, sabedora que al hacerlo solo empeoraría las cosas. La respuesta de su madre no se hizo esperar.
-¡Pero que humor el tuyo! ¿qué te pasa solo fueron un preguntas normales? en fin, solo queríamos saber de ti, pero si no nos quieres contar será cosa tuya, te llamaba para decirte que esta semana santa nada de permisos al puerto, al rio, a la antigua, a ati, a donde sea que tengas planeado ir, porque tu padre y yo nos quedamos una semana más en el DF y no puedes irte de viaje, ni quedarte en la casa, te quedaras en la casa de la abuela Araceli, quien gustosa te espera así la ayudas y compartes tiempo con ella a quien casi nunca ves.
Esas palabras causaron en Isabella una tristeza abismal, y paso de estar triste a tener una depresión, profunda, melancólica. Lamento haber contestado, odio a sus padres, al mundo, a él, tanta era su frustración y enojo que no supo cómo responderle a su madre, y opto por aceptar lo que le tocaba. Si el universo, el destino o lo que fuera estaba en contra de ella ¿Qué podía hacer? Sino aceptar las consecuencias ¿Pero que había hecho para merecer todo lo que le ocurría? ¿Cómo de un momento a otro su mundo se resquebrajaba?
-Gracias por el castigo, madre, yo también te quiero, iré a la casa de la abuela Araceli, pero quiero que sepas que has arruinado mi vida y punto no quiero que me digas más.
- De nada, hija yo no te quiero yo te amo, y te digo que la pasaras muy bien. El día de mañana a las nueve de la mañana llegara por ti un taxi que te llevar a la casa de la abuela. Tu padre te manda un beso, y dice que te quiere y que seas buena con la abuela, recuerda que ha sufrido.
-Dile que Igual y que ya no soy una niñita, esperare el taxi al aburrimiento, e iré a pasar la semana santa de mi vida a la casa de la abuela, de nuevo gracias madre, ciaoo.
-Velo como quieras, te amo hija, adiós.
Colgó el teléfono y se quedó contemplado el horizonte, meditando. La abuela Araceli era la madre de su padre, cuando Isabella era pequeña la abue ara como le decía de cariño había sido su niñera mientras sus padres salían de viaje o asistían a reuniones y cocteles. Sería la abue ara su primera maestra con quien aprendería a leer, escribir y con quien conocería las maravillas de la vida, tomando en cuenta que cuando se es pequeño, lo más insignificante de la vida es visto con un cariz diferente, con una mirada sincera e inocente, que se encuentra aún libre del prejuicio de la edad. Pero el tiempo pasó y así como los osos de felpa, los peluches, las muñecas, los juegos de té fueron apartados por las amigas, el maquillaje, los estudios, el teléfono y el computador. Así también la abue ara fue relegada, las visitas se hicieron poco frecuentes, las enseñanzas permanecieron, los recuerdos se olvidaron. Desde el divorcio de la abue ara, con el abuelo Esteban. En Isabella nació un rencor puro y sincero en contra de su abuela a quien consideraba culpable de tal acontecimiento causante de la depreciación del apellido de la familia en sociedad y de una gran tristeza en toda la familia. Isabella no había comprendido en su totalidad el porqué de tal acción, ni a esa edad y aun hoy en día, lo que no sabía tampoco es que la respuesta estaba más cerca de lo que creía. El tener que pasar toda la semana santa con su abuela, no le hacía ninguna gracia, era simplemente según lo consideraba Isabella, un castigo del destino, de Dios, de sus padres, de él, no hallaba a quien culpar por ello. ¿Por qué el ser humano siempre tiene que hallar un culpable? ¿Acaso no pude asumir sus consecuencias? Una brisa la saco de sus cavilaciones, dirigió su mirada al cielo, que se hallaba gris y oscuro, esperando nada más al designio divino para que las gotas cayeran de las nubes, cual llanto celestial. Apago el computador y entro de nuevo a la casa, dejo su cosas en el comedor, se sirvo un poco de cereal, solo así simple y llano sin leche o azúcar como le gustaba. Dirigió sus pasos a la sala, se recostó en el sillón encendió el televisor, no le interesaba verlo ni lo que ocurría en la pantalla lo hacía solo para sentirse acompañada. Afuera la tormenta como los pensamientos de Isabella, principiaron a arreciar, al punto en que comenzó a adormilarse por el sonido de las gotas la impactar contra el vidrio. Con un movimiento involuntario dejo el tazón de cereal en una mesa al lado del sillón y se durmió una vez más arrullada por la lluvia y por sus recuerdos que en un tiempo fueron hermosas remembranzas y hoy surgen del camposanto de la mente como espectros para desgarrarle el alma y enejar el corazón, funestas memorias de una doloras separación. Los espíritus del pasado, la atormentaron en su sueño, se vio envuelta en un sopor de memorias del cual quiera escapara, pero se hayo con una que se le hacía ineludible. El recuerdo de la noche en que lo conoció. Fue en una fiesta en la casa de su mejor amiga, Catalina Moccia, en la que aburrida del jolgorio y de la música se sentó a la par de una fuente, para refrescarse y descansar por irónico que esto pueda parecer. Contemplo el reflejo blanquecino de la luna en el agua, que se movía en olas cual diminuto océano mientras recordaba el mito de narciso y su ridícula pero aleccionaria muerte. Retraída en sus pensamientos, reflexiono sobre su vida. Cuando sintió que un mano fría le tocaba el hombro.